Los años 60 y 70 no hubieran sido lo mismo sin Andy Warhol. Andy fue un artista que reflejó de manera única los cambios que surgieron en la transición entre décadas. Ambas fueron casi opuestas en términos ideológicos, las caras sonrientes de las amas de casa que posaban junto a sus nuevos y relucientes electrodomésticos no fueron suficientemente brillantes para alejar la oscuridad que acompañaba el vacío interno de una sociedad que operaba de manera autónoma y de cierto modo, de manera teatral, ¿el escenario? suburbios perfectos con sus familias felices, “backyards”, perro y un Thunderbird en el garage estacionado junto al refrigerador repleto de cervezas y herramientas del hombre de la casa; ¿y tras bambalinas? actores que arrastraban en sus filas soldados traumatizados por la guerra, el fantasma de una gran depresión económica y el inagotable discurso estadounidense de luchar contra los enemigos que amenazaban constantemente la “tierra de los libres y el hogar de los valientes”, en este momento el enemigo y era el monstruo del comunismo, sinónimo de opresión por lo que la sociedad respondió con un opuesto: el consumismo, que se asoció casi de manera natural con el concepto de libertad.
En las nuevas generaciones se gestaron movimientos ideológicos que reflejaron la jaula del propio consumismo y la represión de encontrar la felicidad siguiendo un solo camino: el “american dream”. Las personas comenzaron a cuestionarse la libertad de los autodenominados libres y el terreno se fue volviendo fértil para el surgimiento del movimiento feminista y el movimiento hippie. También se volvió fértil para que un artista como Andy Warhol se posicionara y denunciara a la vez que personificaba, la contradicción de la sociedad. En términos generales, Andy no solo criticaba el consumo vacío de productos sino que volvió su propia obra una producción que en apariencia podría ser frívola, no solo por manejar objetos cotidianos (¿por qué comprarle a un “artista” una lata de Campbell’s o una caja de Brillo que venden en el supermercado?) sino por realizar producciones en serie de los mismos (¿no se supone que el artista debe pasar meses comprometido con su obra en lugar de imprimir miles de copias y firmarlas?). Para muchos, para los más tradicionales, Andy Warhol era un descarado, para otros, un genio.
La popularidad y la diversificación de Warhol dificultó los ataques de sus críticos. En Intervew Magazine, Andy imprimió las voces más representativas de una generación e incluso incursionó en el ámbito musical. Andy era un talento que llamaba talentos y creaba conceptos, sus ideas y su discurso se mantienen vigentes hasta el día de hoy en la era de Instagram, de las redes sociales, de la producción en serie, de la apariencia, de la necesidad de ser únicos y terminar siendo iguales que el resto, la era de la contradicción en la que los mensajes más positivos los “postea” la gente mas triste, la era de lo superficial y de la búsqueda de significado para cubrir ese vacío que nos amenaza y nos persigue siendo algo tan familiar y tan aterrador a la vez.
Hoy 1 de junio, en el aniversario del natalicio de Marilyn Monroe, uno de los íconos más representativos de la cultura estadounidense y que Warhol inmortalizó en arte Pop haciéndola trascender a nuevas generaciones, hoy que se empieza a sentir la ligereza que la promesa del verano trae consigo, se plantea el escenario perfecto para retomar el arte Pop que representa de cierta forma una despreocupada —y hasta cierto punto cínica— actitud con la que hoy yo declaro: ¡quiero mi Warhol!
Ya que como él mismo dijo, hay una cierta genialidad en el consumismo que crea una ilusión de “igualdad” en la que desde el presidente hasta Elizabeth Taylor, pueden comprar la misma Coca Cola que se toma cualquier mortal, y en eso hay algo extrañamente atractivo. Todos queremos tocar esa fama, sentirnos cerca de nuestros ídolos y yo quiero sentir mis “15 minutos de fama” en la sala de mi nueva casa y también quiero que si alguno de ustedes lo quiere, ya sea por gusto, inversión o simplemente capricho, lo puedan tener.